De mica en mica...

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miércoles, 17 de octubre de 2012

Las pequeñas virtudes




En relación con la educación de los hijos, pienso que se les debe enseñar, no las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia respecto al dinero; no la prudencia, sino el valor y el desprecio del peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor a la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el dese o de ser y de saber. Solemos hacer, sin embargo, lo contrario: nos apresuramos a enseñar el respeto por las pequeñas virtudes, basando en ellas todo nuestro sistema educativo. Elegimos, de este modo, el camino más cómodo; porque las pequeñas virtudes no encierran ningún peligro material, antes bien, resguardan de los golpes de la fortuna. Olvidamos enseñarles las grandes virtudes y, no obstante, las amamos, y queremos que nuestros hijos las tengan; pero confiamos en que broten espontáneamente de su ánimo, algún día futuro, considerándolas de naturaleza instintiva, mientras que las otras, las pequeñas, nos parecen el fruto de una reflexión y de un cálculo, y, por eso, pensamos que deben ser absolutamente enseñadas.
[…] No es que las pequeñas virtudes sean, en sí mismas, despreciables, pero su valor es de orden complementario, no sustancial; no pueden estar solas sin las otras, y solas, sin las otras, son un pobre alimento para la naturaleza humana.
[…] Además, lo grande puede contener a lo pequeño, pero lo pequeño, por ley de naturaleza, no puede en modo alguno contenea lo grande.[…] Y, en general, creo que se debe ser muy cautos en prometer y dar premios y castigos. Porque la vida raramente tendrá premios y castigos; en general, los sacrificios no tienen premio alguno, y a menudo las malas acciones no son castigadas, sino, al contrario, espléndidamente retribuidas en éxito y dinero. Por eso es mejor que nuestros hijos sepan desde la infancia que el bien no recibe recompensa ni el mal recibe castigo, y que, no obstante, es preciso amar el bien y odiar el mal; y de esto no es posible darninguna explicación lógica.»
(Natalia Ginzburg, Las pequeñas virtudes)

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